domingo, 30 de noviembre de 2008

UN DOMINGO EN EL TERRENO

Para los que fueron y para los que no, una breve crónica de los hechos sucedidos en la tarde de hoy. Se registraron anécdotas, comentarios y chistes varios, que serán relatados sin mencionar su autor, para preservar la identidad de cada involucrado, y para ejercitar un poco la memoria y la imaginación colectivas. Una aclaración: como todo hecho o situación admite múltiples miradas, por lo tanto lo que aparece en el texto es una visión personal y por lo tanto subjetiva, con todo lo que eso implica.

Ayer nos fuimos todos a dormir con un cielo cargado de nubes, con ese tono anaranjado que anuncia que en cualquier momento se inicia el gran diluvio. Cada uno la vivió de su lado pero después la pudimos compartir: la ambivalencia de que, no lloviera para poder cumplir con las tareas propuestas y que se cumpliera la predicción meteorológica para aprovechar a descansar, el único día que todos compartimos para un descanso de las tareas laborales de la semana.

El tiempo estuvo a favor de Nueva Era… Después de apagar el despertador y seguir un rato más, me dispuse a salir con el equipaje que había preparado el día anterior, para que la Comisión organizadora no tuviera ningún tipo de queja de una cooperativista que aparecía desprovista de los materiales y utensilios necesarios, para el trabajo y para la convivencia.

Me bajé del ómnibus y a medida que caminaba hacia el terreno, miraba la zona y sentía “qué bueno sería que nuestro sueño se hiciera realidad”; apuré el paso y llegué al lugar. Habían llegado ya, la mayoría de los que fueron. Entre los pastos, yuyos y demás, se divisaban guantes de todos los colores y estilos, ramas cayendo, algún montón de yuyos por aquí y por allá.

Todos los que fuimos llegando, entrábamos con alegría, pero con esa misma cautela que traíamos cuando veníamos muy tarde de la noche y nuestros padres estaban dormidos. Pero así como en esas ocasiones cuánto más cuidado poníamos, más grande era la silla que pateábamos en la oscuridad, cuanto más tranquilo entrabas, más fuerte te recibía una voz cálida y armoniosa gritando: “llegaste más tarde”, “ahora te tenés que quedar a recuperar”, y frases por el estilo alentadoras y comprensivas. Je je…

Ahí se libró la gran batalla, por aquí y por allá, arrancando lo que podíamos, evitando las zonas menos pulcras y las plantas “Gayolus”; esas que son de la clase de las que se instalan y no las arrancás ni con una grúa.

Seguían llegando compañeros, y todos se incorporaban a la tarea, mientras corría un mate y se daba incidentalmente una charla entre algunos.

Esta vez, nadie denunció y no vinieron los bomberos. El único que nos invadió, para variar, fue el vecino. No él, su perro, que saltó tres veces el muro, (espero que no lo hiciera intentando defender terreno propio). Pero como siempre, con una delicada pero certera intervención, yendo a hablar con los vecinos, el perro no volvió a molestar.

Alguno tuvo la suerte de un apoyo laboral acompañado de consejos acerca de lo bueno de la vida, por parte de la persona más fresca que estaba entre nosotros, un niño de nueve años. Otros tuvimos la experiencia de escuchar dos adolescentes que pasaban por ahí y se paraban a conversar. Uno de ellos, señalando la esquina decía: “Ahí yo nací, crecí y viví casi toda mi vida…hasta que después vinieron y demolieron todo.” Una compañera les explicó el motivo de nuestro estar en ese lugar, ese día…“Cuiden esto que es mi lugar natal… Después los voy a venir a visitar” y se despedían con una sonrisa.

Todo estaba en orden, se avanzaba paulatinamente. De pronto comenzó a gotear, y a gotear más, hasta que se largó a llover descaradamente. Entonces me di vuelta y vi que todos se estaban subiendo a la caja de un espectacular camión que nos abrigó por un buen rato. Hacía calor, la lluvia imponía un descanso; seguía el mate y dos valientes fueron a comprar bizcochos para compartir entre todos.

Esa fue la hora de los primeros interrogatorios, cada uno interpretó el “vamos a conocernos” de diferentes formas y entre preguntas sutiles y de las otras, entre risas y comentarios pasamos un momento en el que estuvimos cara a cara y hablamos de varias cosa; fue un momento muy agradable que incluía de todo. Preguntas, confesiones, comentarios, intereses, impresiones…Una vez que las bolsas estaban vacías y la lluvia había dado un descanso, bajamos a seguir con las actividades. Algunos se tuvieron que ir en ese momento, para cumplir con otras responsabilidades o porque los lentes negros ya no servían para ocultar las fiestas de la noche anterior; otros se bajaron del camión para dejar su marca en nuestro terreno. Como recién se cerraban el mate y los bizcochos, obviamente, YA había que empezar a preparar el almuerzo.

Así fue que, digámoslo como ocurrió, tres personas desaparecieron del mapa para traer las cosas y organizar todo. No sabemos con certeza si salieron de los límites del departamento, o si equivocaron el camino, o si el hambre ya presente entre nosotros, hacía que los minutos parecieran más largos.

Pero bien que “nos taparon la boca” cuando aparecieron con todo controlado con organización y suma prolijidad. Vayan mis felicitaciones al grupo que llevó adelante esta idea y la concretó excelentemente en los hechos. Empezaron algunas dificultades para encender el fuego… creo que en ese lapso de tiempo, una compañera convenció a dos o tres transeúntes de que anotaran un teléfono y se acercaran hacia nosotros. Pero mientras les contaba esto, el fuego prendió. Gracias a la simpatía y buen trato de las chicas, la panadería nos prestó una plancha para hacer unas hamburguesas bien ricas que el asador sacaba una tras otra con rapidez y seguridad.

Esa fue la segunda etapa de peguntas, en un ambiente distendido y lindo, muy lindo. El tiempo nos seguía apoyando; almorzamos entre conversaciones, quejas de los propietarios e inmobiliarias que padecemos y proyecciones de futuro.

Empezamos a levantar las cosas, porque también empezaba a levantarse un vientito que decía : “Muchachos, basta por hoy”. Pero ahí apareció otra vez la relatividad de las cosas. Algunos, sólo hablaban de una siestita que ya los estaba llamando, otros de las tareas que tenían que hacer en sus casas, pero cuando quisimos acordar dos compañeros reaccionaron diferente al ingerir la comida.

Uno, tomó la sierra y empezó a cortar y cortar ramas de todos los árboles que podía, y las pasaba por encima del tejido que temblaba al ver su cara de energía total. Otra, acompañada de los niños que habían llegado y del que ya estaba, se armó el equipo y, si bien lo hacía a la par de ellos, los hacía trabajar contentos y convencidos de que también podían ayudar. Por supuesto que lo hicieron, por suerte nadie del INAU andaba en la vuelta.

Hasta que, una vez pelados los árboles, puesto prolija y cuidadosamente el tejido en la parte que faltaba, nuestro alimento empezaba a demostrar que estaba ahí y que nos pedía una tregua. En eso el viento se intensificó y se nos volaba todo. Juntamos las cosas, guardamos en el camión los alambres y el resto del tejido y organizamos la partida.

Unos fuimos para un lado y otros para otro, pero estoy segura de que todos nos fuimos con una nueva esperanza y con la certeza de que, ALGÚN DÍA, lo más pronto que podamos, queremos y debemos estar ahí. En ese lugar están parte de nuestros sueños, nuestra idea de casa, y nos cargó de esa energía que necesitábamos para convencernos de que vale la pena luchar por construir lo que soñamos.

Gracias a todos y a cada uno. A los futuros vecinos, un abrazo.

(Gabriela Prato)

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